jueves, 15 de enero de 2015

¡SILENCIO!

Ya en la edad del pavo noté que tenía una cierta "manía" por los sonidos de la gente al comer. Me ponía de muy mala leche el ver a alguien comer, por no hablar de la rabia que sentía por dentro al oír cómo masticaban o tragaban. Parecía que esos ruidos los oía mucho más fuerte que los demás, y tenía que ponerme auriculares con música bastante fuerte para intentar no oírlos; y aun así, esos desagradables sonidos seguían en mi cabeza. 

Escenas incómodas se creaban en casa, ya que apenas podía comer en presencia de mis padres: esta "manía" por los sonidos corporales parecía afectarme mucho más con mis seres cercanos que con los desconocidos. No podía controlarlo. Se me escapaban miradas enfurecidas hacia todo el que masticara muy fuerte, me agobiaba demasiado e incluso tenía reacción violentas que me llevaban a abandonar la habitación donde estábamos comiendo. A partir de ahí, mis padres se dieron cuenta de que tal vez sería mejor que yo comiera a una hora diferente o en otra habitación en la que no tuviera contacto visual ni auditivo con ellos. El volumen de la tele no era suficiente para camuflar esos horribles sonidos. 

Pero esta "manía" no era solo con los ruidos, sino también con los gestos. Me irritaba sobremanera el ver a alguien morderse las uñas o sacar la lengua para relamerse porque un poco de ketchup se le había quedado en el labio. Y cuando alguien comía con la boca abierta o mascaba chicle, mi mente ya iba planeando el asesinato de dicho sujeto. Empecé también a detestar el ruido de los besos (por favor, para darse un beso no hace falta hacer ruido, que parecéis ventosas), el ruido de alguien al crujirse los dedos, o simplemente el tener un sonido constante a mi alrededor. Pero pensé que era una "manía" mía... O eso me hacían creer.

Durante mi misión en Grecia y Chipre, tuve también un par de encontronazos con algunos compañeros. Uno de ellos hacía un ruido demasiado fuerte al beber agua, y le eché una bronca no muy agradable. Otro pronunciaba las letras T, P y S de una forma rara y a él también tuve que pedirle que hablara bien. 

Y así agonizaba hasta que volví a España y mi hermana me pasó un enlace de una web que hablaba sobre la "misofonía". La misofonía (o Síndrome de Sensibilidad Selectiva al Sonido) es un trastorno neurológico que provoca hipersensibilidad y reacciones irracionales frente a los sonidos cotidianos; o en otras palabras, que los ruidos cotidianos hacen que se te vaya la cabeza y quieras liarte a tiros con to' lo que se mueve. Viene del griego μίσος (odio) y φωνή (voz, sonido), y no se descubrió hasta los años 90. Es más, la misofonía no ha sido apenas estudiada y no tiene cura

La MAS-1 (Misophonia Activation Scale) es una escala que permite saber cómo de grave es nuestra misofonía. Y sí, yo he llegado hasta el nivel 9... Por suerte no he agredido a nadie, pero no lo descarto en un futuro.


Una de las consecuencias de la misofonía es la pérdida de vida social, ya que tu mente asigna el sonido odiado a una cierta persona, y a partir de ese momento quieres alejarte lo máximo de esa persona para "protegerte" a ti mismo. Los que padecemos misofonía nos sentimos apartados y muchas veces incomprendidos, porque es algo que casi nadie conoce y la gente piensa que es una simple tontería que se nos mete en la cabeza (como mi madre, que cuando me da la misofonía me dice "¡ya estás con tus manías!"). Y al no haber tratamiento, la única opción que tenemos para sobrevivir al entorno es el camuflar los sonidos con música fuerte, o simplemente aislarnos durante las comidas

Así que, si quieres volverme loco... 
Solo tienes que comer delante de mí.

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